Un buen trato
Era una noche agradable, de esas noches Rondeñas de
Agosto en la que corre esa brisa que se agradece tras un día de sofocante
calor.
Ya era tarde. Se le había hecho tarde otra vez y le habían
tenido que abrir la puerta del Circulo de Artistas para salir tras la partida.
No le había ido bien, como de costumbre las cartas no le
habían ayudado y había perdido unos buenos reales. De modo que decidió acabar
la noche en mejor compañía que aquel notario, y aquellos mercaderes de
ultramarinos gaditanos que lo habían desplumado.
Caminaba por la Plaza Lamiable, taciturno, levantando apenas
los pies, lo que hacia que se levantara polvo, pensando en lo perdido, en sus
obligaciones pendientes y en las deudas que había contraído a cuenta del juego,
las juergas y las mujeres. Mujeres de pago, como las que iba a buscar ahora.
Al pasar por la puerta de la Posada de las Ánimas recordó la
última reunión que tuvo allí con su administrador y un banquero sevillano que
había traído para tratar de “arreglar “el desastre en que se habían convertido
sus finanzas.
Aquella conversación en la que le planteaban que vendiera el
cortijo, “CENSURADO”,a
un cliente del banquero, la zanjó con un exabrupto de orgullo y arrogancia;”Soy
el Marqués de CENSURADO
y ese cortijo seguirá con mi linaje por siglos”
Ahora al recordar aquello cayó en la cuenta de que aquella reunión tenía algo de premonitoria.
Paso un rato en la mancebía de Lola “la media luna”, una morena de origen
valenciano con una cicatriz en la
mejilla con forma de luna, y que le daba el apodo. Pero el se había encamado
con Rocío, una onubense joven y con buenos modales y mejores maneras, a la que ya había visitado más de
una vez.
Cuando salió de la casa ya había amanecido y caminó hacia su casa
Por entonces, mediados del siglo XIX, Ronda ya era una
población importante a la que acudían gentes de toda la serranía .
Al cruzar el Puente
Nuevo, se cruzo con Juan García, un “veedor” que trabajaba para el vigilando
las cosechas que los aparceros sacaban de sus tierras. Y que así no le engañaran en el pago.
Comentó con Juan las faenas pasadas y futuras ya que andaban
en plena recogida de cereales en muchos campos
Durante los tres últimos años había tenido una relación curiosa
con uno de los aparceros de la inmensa finca, que el abogado sevillano
pretendía que vendiera.
Aquél hombre,
conocido como José Almenta, aunque realmente se llamaba José González Almenta, le
tenia arrendado en aparcería unas
tierras y en los últimos tiempos le había ido muy bien. Tanto es así que cuando
las finanzas del Marqués se resintieron no tuvo empacho en acudir a pedirle
prestados unos reales al aparcero José, y este se los prestó, en parte obligado por la situación de preeminencia del
Marqués, en parte anticipándose a la jugada que luego desarrollaría.
Esos préstamos se repitieron a lo largo de tres años y
finalmente la suma debida alcanzaba los 14.500 reales.
De modo que cuando aquella mañana de Mayo, José Almenta se
presentó a las puertas de la casa del Marqués en la calle Pedro Zurga (que
sería después llamada calle Tenorio) ya tenia muy claro lo que quería.
El Marqués le debía un dinero que veía difícil que el
devolviera de modo que le planteó que le
vendiera las tierras que hasta entonces le tenia arrendadas a cuenta de
aquel importe pendiente.
El Marqués se pasó la mano por el pelo mientras calcula si
el precio de las tierras coincidía con la deuda y finalmente aceptó si al trato
se añadían otros 600 reales y José tras tratar de regatear planteo que como en
esos días se estaba celebrando la Feria de ganado en Ronda, hicieran los
preparativos de los documentos oportunos y que al final de la feria esperaba
poder tener ese dinero si lo dejaban en 400 reales.
Desde entonces aquellas tierras se conocieron como Huerto
Almenta y luego Huerto Cocina
………… y así es como el destino y la sangre me regaló mi lugar
en el mundo.
Nota: Me he autocensurado los nombres que identifican al
Marqués para evitar que sus descendientes se pudieran sentir ofendidos