miércoles, 17 de agosto de 2011

AL AMANECER


Cuando sonó el despertador, él ya llevaba casi media hora despierto. Estaba pensando. Mirando a su alrededor y pensando. Durante un rato tuvo los ojos fijamente clavados en el techo, como si así fuera a desintegrar la materia. Luego giro la cabeza hacia su derecha (siempre dormía del lado de la puerta, “por lo que pudiera pasar”) y observó a su esposa que dormía placidamente. Entonces empezó a pensar en todo el tiempo que llevaban juntos y en todas las cosas que habían compartido y sufrido durante más de cuarenta años. Un tiempo en el que habían tenido sus más y sus menos, pero nunca ninguna pelea seria.
Ahora se sentía orgulloso de haber ayudado a esa mujer a sacar a delante a tres hijos que ahora les habían hecho abuelos en siete ocasiones.
Volvió a mirar al techo. De nuevo atravesó la materia con la mente y, con esta, miro al cielo.
Llevaba toda su vida mirando al cielo, miles de veces para pedir una respuesta, una explicación. No era un beato, ni siquiera podríamos decir que fuera un hombre religioso, pero siempre había sentido la necesidad de creer que dios estaba pendiente de que no nos pasara nada malo. Imaginaba a Dios como un hombre mayor, como él, con el pelo canoso, como él, y que cuida de los suyos, como él cuando sus nietos se acercan a la alberca. Su Dios, era el Dios al que se le preguntaban todos los porqués del Mundo.
Por que no llueve, por que hiela porque graniza, los porqués de un hombre de campo como el.

Fue aquí cuando sus pensamientos se volvieron hacia si mismo. No era huraño ni desagradable, al contrario, se le podía ver riendo y de buen humor, pero la educación recibida y la influencia de su padre, un hombre severo, habían dado a su carácter un tono de seriedad, así como el trabajo duro del campo, bajo el sol y los fríos, habían dado a su rostro y sus manos una sequedad pasmosa que el hacia, incluso, sangrar las manos entre las grietas.
También tubo que reconocerse como un hombre poco comunicativo por que, entre otras cosas, hablaba poco. Pero tras este análisis llegó al convencimiento de que a sus cerca de setenta años, podría decirse de él que era un  buen hombre.

Como si de un partido de tenis se tratara, giró rápidamente la cabeza de nuevo hacia la derecha donde su mujer empezaba a moverse. Entonces reconoció a aquella señora de pelo cano y regordeta figura a la muchachita que años atrás y siendo algunos mayor que él, había conocido en  Romería de la Virgen de los Molinos. Recordó aquella agilidad con que organizaba el improvisado banquete para sus padres y amigos y que ahora, tras tanto tiempo,  aún conservaba pese a la edad y los achaques.

Así cuando sonó el despertador, le sacó de unos pensamientos sobre la luna, el sol, la música, los poetas, los niños, los árboles, las ciudades, la industria, la contaminación, la ecología, la vida, la muerte el mas allá, los animales, el alma…….
Paró el despertador y aun con el pijama, salió a la estancia. Aun estaba oscuro, no eran ni las 6 de la mañana pero había que acabar la faena antes del mediodía, ya que a partir de las doce no hay dios que se ponga a darle la espalda al sol y a arrancar, medio encorbado, matas de garbanzos secos y estropajosos con un calcetín viejo en la mano como única protección.
En la estancia se desperezó, estirando al máximo los brazos y llenó los pulmones de un aire fresco y límpio que olía a mañana, a tierra humeda de escarcha, a flores y a Agosto.
Este hombre es uno de tantos campesinos andaluces, que se libró del analfabetismo funcional por poco y como todos los hombres del campo que conocen el valor de las cosas sencillas,,,, Filosofo, casi analfabeto pero filósofo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario