lunes, 2 de septiembre de 2013


Un buen trato

    Era una  noche agradable, de esas noches Rondeñas de Agosto en la que corre esa brisa que se agradece tras un día de sofocante calor.
Ya era tarde. Se le había hecho tarde otra vez y le habían tenido que abrir la puerta del Circulo de Artistas para salir tras la partida.
No le había ido bien, como de costumbre las cartas no le habían ayudado y había perdido unos buenos reales. De modo que decidió acabar la noche en mejor compañía que aquel notario, y aquellos mercaderes de ultramarinos gaditanos que lo habían desplumado.

Caminaba por la Plaza Lamiable, taciturno, levantando apenas los pies, lo que hacia que se levantara polvo, pensando en lo perdido, en sus obligaciones pendientes y en las deudas que había contraído a cuenta del juego, las juergas y las mujeres. Mujeres de pago, como las que iba a buscar ahora.

Al pasar por la puerta de la Posada de las Ánimas recordó la última reunión que tuvo allí con su administrador y un banquero sevillano que había traído para tratar de “arreglar “el desastre en que se habían convertido sus finanzas.
Aquella conversación en la que le planteaban que vendiera el cortijo, “CENSURADO”,a un cliente del banquero, la zanjó con un exabrupto de orgullo y arrogancia;”Soy el Marqués de CENSURADO y ese cortijo seguirá con mi linaje por siglos”
Ahora al recordar aquello cayó en la cuenta de que  aquella reunión tenía algo de premonitoria.

Paso un rato en la mancebía de Lola  “la media luna”, una morena de origen valenciano con una  cicatriz en la mejilla con forma de luna, y que le daba el apodo. Pero el se había encamado con Rocío, una onubense joven y con buenos modales y mejores  maneras, a la que ya había visitado más de una vez.
Cuando salió de la casa ya había  amanecido y caminó hacia su casa
Por entonces, mediados del siglo XIX, Ronda ya era una población importante a la que acudían gentes de toda la serranía .
 Al cruzar el Puente Nuevo, se cruzo con Juan García, un “veedor” que trabajaba para el vigilando las cosechas que los aparceros sacaban de sus tierras. Y  que así no le engañaran en el pago.
Comentó con Juan las faenas pasadas y futuras ya que andaban en plena recogida de cereales en muchos campos
Durante los tres últimos años había tenido una relación curiosa con uno de los aparceros de la inmensa finca, que el abogado sevillano pretendía que vendiera.
 Aquél hombre, conocido como José Almenta, aunque realmente se llamaba José González Almenta, le tenia arrendado en  aparcería unas tierras y en los últimos tiempos le había ido muy bien. Tanto es así que cuando las finanzas del Marqués se resintieron no tuvo empacho en acudir a pedirle prestados unos reales al aparcero José, y este se los prestó, en parte  obligado por la situación de preeminencia del Marqués, en parte anticipándose a la jugada que luego desarrollaría.

Esos préstamos se repitieron a lo largo de tres años y finalmente la suma debida alcanzaba los 14.500 reales.
De modo que cuando aquella mañana de Mayo, José Almenta se presentó a las puertas de la casa del Marqués en la calle Pedro Zurga (que sería después llamada calle Tenorio) ya tenia muy claro lo que quería.

El Marqués le debía un dinero que veía difícil que el devolviera de modo que le planteó que le  vendiera las tierras que hasta entonces le tenia arrendadas a cuenta de aquel importe pendiente.
El Marqués se pasó la mano por el pelo mientras calcula si el precio de las tierras coincidía con la deuda y finalmente aceptó si al trato se añadían otros 600 reales y José tras tratar de regatear planteo que como en esos días se estaba celebrando la Feria de ganado en Ronda, hicieran los preparativos de los documentos oportunos y que al final de la feria esperaba poder tener ese dinero si lo dejaban en 400 reales.

Desde entonces aquellas tierras se conocieron como Huerto Almenta  y luego Huerto Cocina

………… y  así es  como el destino y la sangre me regaló mi lugar en el mundo.



Nota: Me he autocensurado los nombres que identifican al Marqués para evitar que sus descendientes se pudieran sentir ofendidos